INFANCIA COLONIZADA
José R. Ubieto, psicoanalista reflexiona sobre el papel de las nuevas tecnologías y la infancia
“Hay padres que no quieren un hijo sino un software programable”
José R. Ubieto, psicoanalista y profesor de la UOC, nos recomienda a media entrevista que veamos el primer capítulo de la última temporada de Black Mirror. Muestra, explica, cómo una madre haría cualquier cosa para proteger a su hija y cómo cree lograrlo gracias a un dispositivo que ejerce ese control. Acaba de publicar, junto al catedrático de Psicología Marino Pérez Álvarez, Niñ@s híper. Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas (Ned ediciones).
¿Niños híper, padres pasivos?
Más que pasivos, desorientados y a veces un poco abandónicos. Desorientados porque ya no tienen la brújula del patriarcado tradicional y abandónicos porque ceden fácilmente su función a las falsas promesas de esa alianza entre la tecnología y el mercado.
¿A qué se refiere?
A gadgets, dispositivos para monitorizarles, a pseudoterapias, a farmacopea, a experiencias “innovadoras”. Muchos padres buscan soluciones rápidas que prometen controlar y rentabilizar a los hijos como si fueran emprendedores de una start-up.
¿Quiere decir que lo que importa son los resultados?
Los adultos quieren hijos perfectamente evaluables en todo lo que hacen. Hay quien no quiere un niño sino un software programable.
El miedo al fracaso.
Fracasar no es ningún problema. No aprender de ello, sí.
Los adultos están colonizando la infancia: es la tesis de su libro.
Si tradicionalmente se adoctrinaba a la infancia en nombre de unos ideales, hoy tratamos de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto. Queremos que sean emprendedores, con una identidad sexual clara y precoz, con posiciones políticas, que dominen varios idiomas y que sean creativos y atrevidos para apostar o arriesgarse.
Entonces ¿niños híper, padres culpables?
Dejemos la culpa para los creyentes. Mejor hablar de responsabilidad. Los padres son responsables, básicamente, de enseñarles el gusto por la vida, eso es un “sí”, pero también de ayudarles a regular los excesos, a decir “no” cuando conviene. A partir de allí nunca debemos olvidar que todo sujeto elige siempre y de esa elección es responsable. Los padres deben renunciar a controlar y saberlo todo. Una vez aceptado esto, las cosas son más fáciles y más relajadas. Los pecados e insuficiencias de los padres siempre resultan muy útiles para los hijos.
Hay familias que se quejan de sus hijos tiranos. ¿Se ha inflado el ego para no dañar su autoestima?
El narcisismo de los hijos es el reflejo del nuestro. Si los adoramos e idolatramos es porque secretamente somos nosotros, encarnados en ellos, los adorados. Es otra forma de colonizar la infancia. Cuando ellos nos devuelven la “buena imagen” de triunfadores (concursos de baile, canto, cocina, deporte), nuestro narcisismo –y con él el suyo– se infla. El problema es cuando nos devuelven el lado oscuro de las violencias, abusos sexuales, bullying, violencia filioparental. Nos horroriza, pero lo uno no va sin lo otro.
Los principales consumidores de porno online tienen entre 12 y 17 años, según la ONU.
Las nuevas tecnologías, como antes hizo ya la televisión, desvelan los secretos adultos y los ponen a cielo abierto. Y como además se trata de una cultura de la imagen, los niños se enfrentan solos a una realidad que no les toca todavía. Por eso el porno es hoy su vía de iniciación sexual. En muchos países ya existen clases de alfabetización porno.
La tentación es espiar su móvil o sus perfiles en Instagram…
Sí, pero no es lo aconsejable. Hay que ayudarles a regular el uso de las tecnologías, acompañarles con estrategias diferenciadas según la edad. Ellos no renunciarán a esa realidad: allí buscan su inscripción social y respuestas a sus dudas. Es paradójico que les queramos monitorizar en todo pero en lo digital, en cambio, les dejemos solos.
Hay padres emocionalmente agotados. Ya se habla del síndrome del burn-out parental.
La hiperpaternidad resulta agotadora. Tratar de controlar y medir cada paso de un hijo, su rendimiento académico, físico, estético, como hacen los adeptos del Quantified Self, quema al más resistente.
Usted cuestiona lo que dice es ahora tendencia: que todo niño es sospechoso de TDAH hasta que no se demuestre lo contrario.
La facilidad con la que hoy se diagnostica a un niño de TDAH debería hacernos reflexionar sobre esa respuesta que damos a un malestar. Niños movidos ha habido siempre y la agitación es propia de las etapas infantiles y se asocia a muchos factores (duelos no resueltos, violencia familiar, secretos y abusos, enfermedades orgánicas). No es muy lógico que en España, entre los años 2000 y 2012, se multiplicaran por treinta los diagnósticos de TDAH con más de 250.000 niños medicados. ¿Queremos una infancia dopada, preludio de futuros abusos?
¿Se deprimen los niños como los adultos?
Los niños conocen la tristeza porque conocen la muerte en todas sus formas, como el dolor, las pérdidas, la violencia. Lo que ocurre es que muchas veces la expresan de manera diferente. Lo que llamamos depresión infantil, a menudo son inhibiciones. Por ejemplo, fobias escolares o situaciones de angustia que inhiben al niño o niña ante la realización de un objetivo, sea académico, deportivo o social. Luego están, en mucha menor medida, los casos graves de melancolía en la infancia.
¿Cómo podemos conectar con nuestros hijos?
Conversar como alternativa al no querer saber, al marcarles con una etiqueta, doparles o llenarles la habitación de dispositivos como si así los problemas se evaporarán en la nube. Conversar es escucharles, pero también darles testimonio de lo que ha sido y es la vida para nosotros mismos. Y por supuesto ayudarles a no ceder en su deseo de hacerse mayores, aunque a veces implique enfadarse con ellos.
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